Primera etapa de la enfermedad
La enfermedad comienza a
manifestarse con una pregnancia del cuerpo que toma la forma de un
resfrío crónico, un dolor vago en los miembros y un trastorno del sueño
que le impide dormir.
Consecuentemente la
angustia queda reducida a la vivencia exclusiva de un malestar ubicado
en el cuerpo y que, por otra parte, no se llega a traducir para el
sujeto como angustia. En la neurosis diferentemente se presentan
diferenciados la angustia por una lado y sus componentes físicos por
otro.
El siguiente trastorno
presentado por la paciente referida, luego de un período de
alucinaciones y visiones oníricas, consistió en un cambio a nivel de la
conducta, la que oscilaba entre el abatimiento durante una la mañana y
la euforia durante la tarde.
Durante este período la relación con su cuerpo parece hallar una
respuesta en el delirio de tener sífilis, lo cual trae aparejado un
sentimiento de culpa e ideas suicidas. Este esbozo de oscilaciones
diarias del humor se acrecentó a través de fases maníaco-depresivas que
la llevaban a virar de una vivencia de renacimiento a otra de inhibición
melancólica cayendo a menudo en la despersonalisación.
La ideación delirante respecto de su cuerpo toma dos formas, por
un lado, una fantasía de contenido erotómano, ya que se creía
embarazada por su primer psiquiatra -que además ya había muerto-
fantasía que presentaba una oscilación entre el haberlo abortado y el
estar otra vez embarazada; y por otro lado, una vivencia de cuerpo
disociado en dos mitades: un cuerpo derecho que representaba el bien, la
justicia y la moral y un cuerpo izquierdo que encarnaba al mal, por lo
que, cuando uno de ellos se imponía al otro su humor cambiaba y tenía
impulsos de herir su mano izquierda para evitar la supremacía de este
lado.
Segundo momento
Se produce una segunda etapa que se puede considerar en este
caso, como del síndrome de Cotard propiamente dicho, por el cual su
vivencia cambia y, ya no tiene más ojos, ni boca, ni estómago, ni
pulmones. "Mis piernas y mis manos se volvieron de vidrio. Las lastimo y
no siento dolor. No soy ni hombre, ni mujer, no hay más sexo para mí.
El mundo exterior es completamente diferente de antes. De hecho estoy ya
muerta, no tengo más necesidad de comer. Para mi no hay más
necesidades, ni voluntad, ni sentimientos. Estoy muerta, mientras le
hablo, las piernas, las manos y el cuerpo entero están por desaparecer,
sólo queda la boca que habla".
El delirio de Cotard va desplegando todos sus postulados,
empieza a aparecer entonces el síntoma de oposición de Cotard, como
posición de rechazo, dice la paciente: "Por más que reconozca su
presencia, no tengo nada que decirle, soy incapaz de pensar. No tengo
información para darle". Simultáneamente aparece el síntoma de
inmensidad que muestra la lucha del yo por restablecer su lugar: "Me
vuelvo inmensa, enorme, sin medida y después me retraigo de golpe hasta
casi nada, como si estuviera en el otro mundo".
Frente a este goce
mortífero que no logra mitigar la culpa, finalmente se presenta el
recurso de la automutilación como única forma de restricción del goce.
Esta es consiguientemente otra forma de respuesta subjetiva frente a la
melancolía, consistente en un tratamiento por lo real a través del
infligirle al cuerpo una marca penosa.